Thursday, October 27, 2011

Canciones para Entregarse a la Maldá: "Killing me softly" (primera parte)


No sabemos como, pero la historia se repite. Al igual que el año pasado la cercanía de la Noche de Brujas trae todo tipo de calamidades, perros ladrando toda la noche, sombras que merodean las calles entre gemidos. Algo suena en el patio, Juanluis y Luke se miran asustados. -"Cabrón pichea, debe ser Fender y Micha jodiendo." Decidimos no indagar mas y picharle al ruido. Juanluis decide ir a la nevera por la próxima ronda y alli encuentra una nota escrita en sangre y un usb. Al verificarlo encuentran un solo file con una lista de canciones. Estas son las primeras seis. 



Algunas semanas antes de morir, tío papo le escribió a mi mamá. Tenía unos diez años cuando eso y encontré la carta desatendida sobre la mesa del comedor, puestos varios papeles unos sobre otros, cubiertos casi en su totalidad, densos, parecían garabateados, manchados de una letra pequeña y oscura que parecía algo desparramado mas que palabras, un alboroto que salpicaba incluso la dirección en el sobre. Nada sereno en aquello, tenía aspecto de hecho a la prisa, con desespero. En la carta, la cual no recuerdo del todo y que si diría parafrasear ahora estaría mintiendo, decía muchas cosas. Eran sus últimos días pero no lo comprendí en ese momento y no pretendo alegar que lo intuí con ahora contarlo. Decía en el papel, en varias partes, que tenía miedo, lo repetía, no estaba en paz, estaba sereno decía, escrito en inglés “calm” que ahora comprendo no es lo mismo. Tío estaba lleno de duda y a punto de desaparecer. Creo fue la primera vez que asocié muerte con duda, mas que triste o ausente ahora tenía signos de pregunta, él se los puso. Cuando algo me perturba y no comprendo pienso en tío Papo, en la muerte como algo rodeado de acertijos y en las preguntas como algo lleno de muerte, no expansivo y amplio en respuestas, sino ese espacio limitado y determinado por no saber, como cuando caminas por casa ajena en la noche, tropezando con la pared del baño tratando de prender la luz. Lo imagino y me viene ahora como esta imagen que tengo del mar frente a casa cuando a veces amanecía un plato inmóvil, una ilusión óptica falta de movimiento en aparente quietud. Aquella carta era eso, contemplar la superficie olvidando de momento lo que estaba por suceder, ignorando tal vez que cuando del mar se trata la oscuridad y la profundidad se proporcionan.


En el noventa y dos fuimos a Florida mi tío, su esposa, mi primo y Liza, que es como le decía mi abuela a mi mamá y que es el nombre con el que hablamos de ella cuando no estamos de acuerdo con sus planes, o sea, mami cocina jamón con piña y ensalada de papa, Liza quiere triturarlo todo en el food processor y hacer empanadillas con la mestura, ¿me siguen? Después de varios días juntos en los parques y atracciones Liza decidió no volver a Puerto Rico de momento, total ¿qué son tres semanas de vacaciones? Así que decide alquilar un carro y mientras ellos volvían a Puerto Rico nosotros íbamos camino a Ohio a ver a su tía Sue, en un carro compacto a falta de decir ínfimo. A decir verdad la mayoría del camino dormí, estaba cansado de viajar y lo único que pensaba era en volver a casa. Así que solo dormía y comía y miraba el infinito paisaje aquel que se repetía y repetía. Cada vez que despertaba a manera de salir del carro un rato pedía ir al baño o decía tener hambre. Una de esas paradas fue en una estación de gasolina enorme, quien sabe donde. Allí comimos tacos en la acera frente al carro mientras Liza consultaba el mapa y escribía postales y me las pasaba para que escribiera algo también. Una de ellas, la que enviamos a abuela, era brillosa, forrada en ese papel prismado con el que hacen hologramas, leía “wish you where here” y cuando la movías unos cocodrilos con gafas de sol bailaban. Antes de irnos caminamos hasta un buzón para echarlas. Estaba casi tirando el mazo de tarjetas cuando Liza me detuvo y casi gritando me dijo “No, no las tires asi que nunca llegan” y yo perplejo sujetando las cartas que casi no cabían en mi mano la miré y ella continuó “tienes que gritarles y al buzón para que lleguen, para que se asusten, si no lo haces no llegan.” Y yo confiado de todo lo que Liza decía no dude en soltar un gritito pálido y porquería al buzón que lo repitió en el eco de su minúscula caja mientras repetía la dosis de gritería sobre el montón de postales para luego dejándolas resbalar poco a poco escucharlas caer. No caer, que digo, huir, correr, aterrorizadas como en estampida y yo contento y confiado de mi trabajo soltaba entonces la puertita del buzón y caminaba de vuelta al carro orgulloso, ilustrado gracias a mami en el debido manejo y envío de la correspondencia, seguro de que asustadas llegarían. Liza no paraba de reírse.  


Este nombre que diré a continuación no es un embuste, aunque suene a embuste, o parezca sumamente imposible, pero hubo a principios y mediados de los noventa un bichote en el Viejo San Juan que se llamaba Jorge Bush, en serio, demasiado en serio, mas serio de lo que quisiera recordar. Físicamente no era gran cosa, ni muy alto ni muy bajito, eso si, andaba siempre con gafas, a toda hora y tenía un color de piel bien raro parecido al de los viejos alcohólicos. Si aun no me creen están bienvenidos a preguntarle a cualquier persona que haya vivido en el Viejo San Juan en los noventa, pero no pregunten por Jorge Bush, por que muchos no sabían su nombre, pregunten por Nébula. Ahora puede sonar gracioso pero no lo era. Este tipo era el Freddy Kruger del bajo mundo y por el tiempo que vivió en la Calle Luna bien pudo haberse conocido aquella calle como Elm Street. El tipo era un monstruo, de que nuestras mamas no nos hablaban del cuco sino de él. Tanto era el terror que le tenía la comunidad a este tipo que las casas alrededor de la suya estaban vacías, no solo la casa próxima si no dos o tres casas a la redonda. Todos los adultos nos decían que no saliéramos por el portón ni el callejón de la Calle Luna, que mejor diéramos la vuelta por la Sol aunque fuera dos bloques mas largo el camino. Pero yo, siendo tan vago e intrépido como soy, vago sobre todo, no hacía un carajo de caso y cuando salía del edificio era por el portón de la Calle Luna y caminaba a mis anchas por el callejón que bajaba a la San Francisco, sin prisa alguna, fanfarroneando con los brazos como si fuera fuerte y bravo camino a mis importantes diligencias al supermercado, correo y video club. Pero paso, como siempre pasa, que un día habiendo llenado el carrito de compra y volviendo pesado del supermercado venía envuelto, no me fijé de la hora, ni de que estaba ya casi oscureciendo. Estoy acercándome a la esquina cuando siento algo ominoso. Entonces como en cámara lenta todo y amplificado mil veces su sonido escuché la enorme puerta de madera rechinar mientras se abría. De adentro envuelto en llamas infernales (metafóricas) salía un hombre, el demonio aquel vestido con un jacket de los Piratas de Pittsburg que era dos tallas muy grande, sus siempre presentes gafas oscuras tapando de seguro dos abismos que estaban en lugar de ojos en su rostro. Salió y la brisa sopló un fuerte olor a perfume del que te quema los pelos de la nariz, posiblemente destilado del sufrimiento de niños huérfanos que por las noches torturaba en algún calabozo en el sótano de su casa. Era Nébula, casco en mano. Apreté el paso y creo que estoy ya casi home free, cuando a dos pasos de la entrada escucho su voz terrible que dice “¡Nene! ¡Mira nene, nene!” y el pánico se apodero de mi y no pude ni voltear, no pensé y como por instinto tiré de mi carrito, metí la llave en el portón, giré desesperado y corrí golpeando el carro contra cada escalón sin mirar atrás. Desde arriba, ya seguro tras la pared y aun jadeando y con los nervios de punta escuché su motora encenderse y hacer un terrible escándalo mientras se alejaba. Ya mas relajado volví a mirar al portón y para mi sorpresa en la base del primer escalón que esta tras el portón un bolso de compra estaba descansado allí. Me fui acercando seguro, precaviendo que no fuese una trampa, pero no paso nada. Agarré todo mirando a ver si no había nadie cerca y volví a cerrar el portón. Parece que se me había caído sin fijarme, igual no estaba seguro de sus buenas intenciones, de seguro lo había tratado de usar como señuelo. Igual todo estaba bien y había sobrevivido, sin saber mas de Nébula, aquel día.   


En el edificio que vivía había una azotea que miraba a la bahía de Cataño. Muchas veces por la noche subía arrastrando conmigo telescopio y amigos. Había que hacerlo con cuidado de que los vecinos no se percataran, lo cual no era fácil considerando que éramos escandalosos y que yo cargaba pues con un fukin telescopio. Asi que cuando subíamos era con disimulo, trancábamos el portón, cosa de que no supieran que estábamos allá arriba y nos manteníamos sentados en el piso. Al principio muchos estaban reacios a acompañarme pero todos sucumbieron eventualmente ante mis usualmente aburridísimos planes de subir y pasar horas allá arriba tratando de enfocar la luna o algún edificio en Hato Rey. Uno de estos días me envolví tanto que sin darme cuenta comenzaron a irse uno por uno mis amigos y estuve un rato hablando solo antes de darme cuenta de que el último, Badillo, ya se había ido a dormir también. Al principio me sentí abandonado y me moleste pero rápido se me fue. De momento me di cuenta de lo obvio, duhr, estaba solo, en la oscuridad y aquel sitio era enorme y desolado y no había ni un solo cabrón sonido en el aire, que si algo a lo lejos se escuchaba el mar, pero muy poco y con todo esto me entró un miedo terrible y por cosa de algunos por minutos no supe ni como pararme para irme, ni como empezar a recoger mis cosas para volver al apartamento. Finalmente me convencí de que era estúpido tener miedo y me paré, solo para darme cuenta de que no tenía la llave, que fukin Badillo se había ido y que la tenía y que el portón de la azotea, el cual verifique rogando no fuese asi, estaba cerrado y de seguro el maldito lechón ese estaba roncando ya y ni recordaba tenerla. Miré mi reloj, eran casi las tres de la mañana. Recogí todo y me senté junto al portón convencido de que alguien tendría que pasar. Tenía mucho sueño pero el estar atrapado me tenía desvelado. Era imposible dormir en aquel silencio, en aquella oscuridad rara. De aceptar mi suerte en la primera hora mi ánimo paso rápido a pánico, para entonces lloviznaba y había pasado mis cosas a través de la reja para que no se mojaran. Llegué en el desespero incluso a contemplar escalar un piso hasta el borde del cuarto piso, pero el vértigo me desanimó rápidamente. No llegaba nadie. A eso de las cinco y media de la mañana habiendo discutido por horas con el miedo y con cada extraño ruido que inundaba el regular silencio escuché pasos en las escaleras, uno tras otro parecían acercarse lento como si fuese alguien borracho. Para mi total sorpresa y total incredulidad era mi hermano que apenas tenía unos cuatro años y que se había levantado y subido, no se por que, tres pisos hasta donde yo estaba, en ese momento no traté de darle sentido a aquella escena y solo le dije: “Carlitos, escúchame, tienes que ir a casa de Teresa y tocar en la ventana de Badillo hasta que el reconteste, él tiene la llave.” El nene completamente informado de su misión, con sus pampers y camisa de Power Ranger comenzó el largo descenso con sus patitas cortitas. Al rato escuchaba en el fondo el golpecito ligero de su puño en la madera de la ventana. Deje de escucharlo y al rato de nuevo escuché pisadas subiendo. Lo hizo, increíblemente, a la perfección. Unos nueve minutos entre todo y ya estaba de vuelta en el portón con las llaves en su puñito. Las tomé abrí y lo agarré al hombro y lo abrasé casi llorando por que me había salvado, no sabía ni como, ni que hacía solo fuera de la casa a esa hora, ni como había logrado abrir el portón de la casa y llegar hasta donde estaba, pero allí estaba y agarre todo y bajé con él hasta casa para encontrar el portón abierto de par en par y el montón ridículo de llaves en que mi mamá tenía tanto las del trabajo, que eran básicamente mas de treinta salones, mas claro esta las de la casa, tiradas con el candado en el piso. Bajé al nene al piso, recogí las llaves, guardé mis cosas y cerré la casa. Carlitos corrió al cuarto y se acostó a dormir en mi cama y recordé entonces todas las noches que se salía del cuarto de mami y se metía en el mío asustado o queriendo que le preparara su bibi y no se que habrá pasado por su mentecita, pero que niño listo en no ver el telescopio en la sala, ni a mi en el cuarto y haber conectado todo eso, o quien sabe, digo eso por explicármelo, por que de otra manera no sabría que pensar y finalmente ya amaneciendo, cansadísimo me bañe y me metí a mi cuarto y ahí en vuelto estaba dormido ya, como un pequeño héroe cualquiera, lo moví con cuidado para alejarlo del borde de la cama y me dormí con él, aquel bebé flaco y valiente que divisó un plan inimaginable y que con sus piernitas cortitas subió escalón tras escalón tres pisos de escaleras y me rescató en medio de la noche de todos los peligros y miedos que me asechaban en la oscuridad.  


Si alguna vez iba a haber un facsímil de New Jersey fuera de New Jersey el destino quiso que fuese Bayamón. Si te pones a pensarlo es bastante obvio, incluso a semblante hay una serie de elementos en común. New Jersey es a New York lo que Bayamón es a San Juan, el suburbio próximo, el lugar de donde conmuta la mayoría cada mañana, una versión sin brillo y mas lenta de la metrópolis próxima. Bayamón es a su vez un modelo que se repite en el mundo, una pequeña gran ciudad, inaparente y desconocida en el mundo pero hogar a cientos de miles de personas, un foco poblacional que no esta en el ojo público mundial, una ciudad de esas que escapan la mirada. Pero Bayamón es un universo en si, miles de calles lo ramifican irregular sobre la tierra como gotas empujadas por el viento sobre el parabrisa de un carro cuando vas con suficiente prisa, en esas calles cientos de miles de personas viven, estudian y trabajan cada día. Familias cuentan generaciones de estar allí, tus papas tal vez conocen a los papas de alguno de tus amigos, y tu abuela de seguro iba a la iglesia con la abuela de tu novia. Aun así entras a la panadería de la esquina y hay de momento el transito de estudiantes de intercambio, coreanos, filipinos, canadienses que han venido a estudiar medicina y que están de paso y que llevarán consigo el recuerdo de haber estado aquí cuan brevemente en sus vidas. Es en toda honestidad un lugar horrible para vivir, pero un lugar como todos, con demasiados asesinatos, con pillos conocidos y anónimos, con gente que terminan casándose o cansándose y yéndose a vivir a los rincones mas insospechados del mundo. Tal vez algún día en California conozcas a una muchacha bajita de pelo rubio, soñadora, temerosa y dulce o camines por algún pasillo de un hospital de Buenos Aires y conozcas a una enfermera gordita y sonriente que entrados en confianza te cuente que creció acá antes de enamorarse y mudarse para allá. Habemos de nosotros por todas partes, los hay que tocan en bandas de punk, los hay profesores, los hay que parecen chinos pero que en verdad no lo son, que nacieron aquí, hijos de dominicanos, de venezolanos, de padres que vinieron quien sabe de donde y que los hicieron nacer aquí quien sabe porque. Mi abuela una de ellos no nació aquí y vivió en New Jersey poco mas de un año y luego casi una década en New York y luego cincuenta años aquí, mirando el mundo que tiraba primero una calle y luego una avenida y que canalizó el río frente a su casa y sembró un hospital en su lugar y para ella todo este asco era su casa y todos estos cabrones sus vecinos, a los que saludaba y les llevaba bolsas de mangos cuando el árbol los soltaba y si, es una mierda, pero ella fue feliz aquí, con sus amigas y sus hijos, con los rosarios y los chistes en la carnicería y el colmado y murió y la enterramos aquí y hay un pedacito de cielo sobre el pequeño lote en que su cuerpo y el de mi abuelo ahora descansan y para ellos ahora enterrados aquí esto siempre será el cielo, literal esa parcela de dos pies por seis que los esta cubriendo todos días todo tipo de clima aunque ellos allá abajo ya no se enteren, aunque los que estamos vivos no sepamos que le vieron a todo esto y soñemos a diario con largarnos.


Una vez cerca de San Valentín fuimos a Ponce a la boda de uno de los mil hijos de alguno de los mil hermanos de mi abuelo. No me acuerdo del sitio, era un centro comunal decorado de rojo y blanco y con ángeles y cupidos y todo era súper literal y súper de embuste. Los centros de mesa tenían flores de mentira y las hieleras eran de foam. No era una boda de esas alegres, que huelen bonito y que la comida esta cabrona, era mas de esas que se dan a la ligera por un embarazo y las amenazas de un padre molesto y decepcionado. Para mi suerte detrás del centro comunal aquel habían unos columpios y mi tío había accedido a acompañarme en mi intento de huir de todo y todos en aquella boda en general. Con un empujón me echó a la jauría de niños aquellos que hacía unas horas no se conocían y como por generación espontánea habían  ya hecho lazos y sociedades y hasta tratos de protección y aparentemente escogido por líder de la ganga a un nene con un flat top, cara de pendejo y tenis caras que de seguro era el mayor de todos y que reinaba sobre los juegos y hablaba alto y manoteaba mucho. Siendo el natural born rebel que soy dije, fuck et, voy a picharle a estos cabrones y do my own thing, lo cual no tuvo contratiempos y funcionó hasta, maldita sea, que vi que el líder de los realengos aquellos estaba atrapando lagartijos y torturándolos y puñeta que furia me dio. Entonces el natural born ecologist animal defender en mi se encabronó, estaba de que furioso, y tras horas de no decirles nada y jugar en la periferia solté mi varita y caminé directito a donde estaban. Cuando llegué estaba el nene acabando de arrancarle la cola a uno y la pobre lagartija separada de su cola en su mano y la cola aun moviéndose. No se que hizo esa cola en mi mente que me moleste, como una mezcla de Rambo y Gandhi y le dije “por favor” que no hicieran eso, que dejaran ir a los lagartijos y creo que se lo dije con el mayor deseo de que no me hicieran caso, lo cual sucedió tal como esperaba, el nene mas alto que yo me frontió y me dijo que no me importaba lo que ellos hacían, pero oh was he wrong. Yo cual monstruito encojonau, viendo que mi estrategia de paz era imposible con estos imbéciles me voltié, fui hasta donde estaba jugando y busque mi varita, que de momento lucía mas como un palo en vez de una ramita frágil, era un báculo de fuerza, un arma de justicia en mi mano y volví decidido y justo cuando estaba llegando a donde ellos, uno de los secuaces me puso el pie y caí redondo y ridículo frente a todos. Error. Grave error. Despertó fukin Hell Boy, fukin Hulk dentro de mi, grité tan duro que tres de los nenes se cagaron encima automáticamente, en el cuello sentí la mirada de mi tío decir “oh fuck” y ya venia moviéndose a donde mi, tenía pocos segundos para diligenciar justicia, justicia a fuerza de palos. Le brinqué encima a aquel nene y comencé a golpearlo, con el codo, con el brazo, con la cabeza, el palo, el palo en la boca, se me salió una teni y le di en la cara con ella. Tengo que haberle dado, a lo menos, mil golpes y siempre que lo miraba veía el terror en sus ojos, el puro y adolorido pánico en sus ojos incrédulos de tanta convicción e interminable fuerza en aquel coso chiquito y rubio que lo golpeaba, que una y otra vez arremetía contra su mayor estatura y su lastimado cuerpo. Y entonces mi tío me agarro por la cintura y me levantó separándome del maldito. Claro luego de esto nadie me apoyo, de por si la familia de morones ponceños de mi abuelo odiaba a mi abuelo que se tiró a las esposas de sus hermanos y a mi tío que se tiró a las novias de sus primos y a mi madre que era mas bonita y cool y tenía un pelo cabrón contrario a todas las putipuercas con permanentes de allá y la furia de todos esos pendejos calló sobre mi tío y sobre mi. Y no le hablamos a nadie por el resto del evento hasta que al final nos fuimos, mi abuela centro de mesa en mano, dos platos de comida, uno de bizcocho y quien se despidió de todos y se disculpó con su tan conocido charm por la conducta de su salvaje hijo menor y el demonio rubio de su nieto. Ya casi por Cayey mi tío al fin se vira y me dice “Puñeta Chimi ¿por qué carajo tu le diste así a ese nene?  Y yo lloroso les cuento que ese cabrón estaban matando lagartijos y torturándolos y hasta mencioné las ventajas de tener lagartijos en las casas para que se comieran a los mosquitos y otras plagas y ya nadie dijo nada mas. Mi tío se viró y no me dijo nada, pero al ratito viró de vuelta y me puso la mano para que se la chocara y mi mamá y el comenzaron a reírse y entonces fuimos todos riéndonos hasta casa y pasándola cabrón. Fuck you Ramiro, si asi se llamaba el pendejo nene aquel, con razón estaba tan amargau, jodio nombre feo, Ramiro jodio cabrón.

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