En esta segunda y última parte de la Edición XXL (a menos que algún otro lector obeso quiera participar), Juanluís nos habla sobre su gordura en tierra japonesas.
Juanluís se atreve a decir
En el 2009 estuve en Japón y sólo vi a un gordo en las tres semanas que allí estuve. Lo que sí vi fueron muchas chamacas con las rodillas virás y los dientes feos y tipos engabanáos que pasaban la noche entera jugando Street Fighter IV mientras fumaban en alguno de los muchos arcades que habían por donde quiera. También vi algunos japoneses negros y otros bien altos. Pero los gordos estaban escasos, solo se limitaban a las peleas de sumo que pasaban en la televisión. La novia (para ese entonces) de Octavio, era una freak del manga, del animé y to’ esa cuestión relacionada a la cultura geek. Ella me dijo que la iba a pasar súper cabrón porque los gordos en Japón eran como símbolo de buena fortuna. Que si un gordo entraba a comer a un restaurante lo trataban como si fuera un dios y que le traían unos platos especiales pa‘ gente gorda con comida especial pa’ gordos, porque la comida en japón suckea de una forma tan cabrona, que es mejor no recordarlo. Así que te traían cosas bien cabronas pa’ comer. Tambien me dijo que si un gordo entraba a un putero tenía a todas las mujeres de allí a su disposición, sin necesidad de pagar nada, y si las mujeres de allí no le bastaban, el pimp yakuza mandaba a buscar más mujeres de otros puteros y si era necesario de otros paises y así pasabas la noche entera. Y eso me pompiaba de una forma que ni te imaginas. Bueno, la cosa es que Japón no fue nada como me contó la novia de Octavio (para ese entonces). Ni tuve trato especial, ni me regalaron comida y la gente me miraba mal como diciendo “jodio gordo hijuelagranputa, vete ya pa’ tu país”. Lo de las putas, puro cuento. Ninguna mujer se me ofreció de gratis, ni los pimps me ofrecieron trato especial. Lo más que pude conseguir fue un masaje “especial” y me tuve quedar sin comer 4 días. (por los chavos)
Una vez estaba sentado bajo un puente, intentando refugiarme del sol tan cabrón que hacía para ese entonces en Kioto. Estaba dándome un galón de jugo de china, fumándome un garret y tirando yenes a la canal de agua tan simpática que pasaba por allí. La estaba pasando cabrón pues ese es el puente donde quiero vivir cuando me ponga viejo, pierda la lucidez y quiera andar desnudo por la calle. Tú sabes, uno de esos sitios que encajan contigo como si los dos, tú y el sitio, fueran dos piezas de rompecabezas. Nada, allí estaba cuando aparecieron tres nenes super chiquitos, como de 4 a 6 años. Estaban vestidos con pantaloncitos cortos color azul marino y camisitas blancas, como de uniforme de escuela. Se me quedan mirando y se empiezan a reír y hablar entre ellos. Yo los miraba y pensaba que me iba a joder, que se parecían a los three ninjas y que lo más seguro tenían espadas, chacos, estrellitas ninjas y me caerían encima y me quitarían el poco dinero que traía y el pasaporte y que tirarían mi cuerpo herido al agua y nunca lo encontrarían. La cosa es que los nenes siguieron un rato en las mismas, con la miraéra esa y las sonrisitas que me tenían ya persiao y pol techo. Al ratito, se paran y me gritan GOJIRA! que en español significa algo asi como GORDO CABRÓN, VETE PA’ TU PAíS y se van caminando con un guille super cabrón. Yo me puse bien triste y les tiré una foto mientras se iban, tu sabes por si acaso.
Ser gordo no la hace en Japón, amenos que seas peleador Sumo o que el sitio ese en donde los gordos son dioses exista verdaderamente. Es que como un 99.9 % de toda la población pesa entre 80 a 120 libras, pues los gordos que se jodan. Chekéate esto. Me había montado en el tren bala que va de Tokio a Kioto. Como nadie allí hablaba inglés o no querían dirigirme la palabra por ser extranjero y gordo, me monté por el lado opuesto de donde me tocaba sentarme. Y cruzar aquello con una maleta y un back pack fue un badtrip cabrón. Creo que golpié a cada una de las personas que estaba allí. Ellos me miraban mal y yo les hacía un gesto con mi cara como que “fucket, haz los pasillos más grande jodio chino cabrón”. Nada la cosa es que llegué a mi silla, pero de camino había visto estos cuartos para fumadores super cabrones.. Te metías en una especie de cápsula y allí fumabas tranquilo. Cada cuartito/cápsula de esas estaba diseñada para tres personas. Yo llegué a mi silla y regresé a la cápsula pa’ darme el garre. ¿A que no sabes que pasó cuando me metí en ella? No cabe más nadie. Fuck.
El viaje lo hice con tres personas más. Otro de ellos también era gordo. Ok. Habíamos pagado por dos cuartos, verdad, y lo más sensato sería repartirse un gordo en cada cuarto, tu sae pa’ nivelar el peso y por cuestiones estéticas. Pero no, hubo un claro episodio de obesifobia y los cuartos se dividieron según los pesos: un cuarto de flacos y el otro de gordos. Según pasaron los días se comenzaron a ver notorias diferencias entre los dos cuartos, por ejemplo, en el piso del cuarto de los gordos siempre habían envolturas vacías de unos bizcochitos bien cabrones que vendían en el equivalente oriental del Seven Eleven (sin los hot dogs, claro), los zafacones estaban siempre llenos de cartones de jugos vacíos y si buscabas con detenimiento podrías encontrar alguna que otra migaja en la alfombra, cosa que no se veía en el otro cuarto. La división de cuartos se convirtió luego en una división de corillo y hasta le pusimos nombres. Estaba el Equipo Lagrimita, claramente, integrado por los flacos y el radical Equipo Pompiaera o The F Club, el de los gordos. Y como siempre sucede en este tipo de casos, los flacos se mordieron bien cabrón porque The F Club la pasaba demasiao y hacían cosas brutales y quisieron ingresar en nuestro exclusivo club de gordos en Tokio.
Ah, si, el único gordo que vi en el viaje. Imagina que eres gordo y que estás caminando por la estación de tren principal de un país donde no hablas el idioma y no has visto a ningún otro gordo. Ves un quiosquito donde venden algo parecido a Corn Dogs, pero sabes que no son Con Dogs porque en ese país donde eres algo raro la comida en general sabe a puñeta. La cosa es que te acercas a el quiosquito y el empleado, para tu gran fucking sorpresa, es un gordo. Sí, y se sonríe al verte porque quizás nunca antes había visto a otro gordo y tu sabes que él tiene muchas ganas de abrazarte y preguntarte que como se siente ser gordo en América, pero que por diferencias en el idioma se queda callao. Tu le sonríes, claro y también sientes la mismas ganas que él para el abrazo. Te despides de él haciendo un gesto con la cabeza, el cual es contestado de la misma manera y te vas caminando lentamente hacia el tren. Cada varios pasos te detienes y miras hacia atrás y el gordo sigue mirándome, con sus ojos llenos de ilusión y con la sonrisa más sincera que has visto en tu vida.
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