Tuesday, October 18, 2011

Edición XXL: 6 canciones pa' ser gordo


Luke Warm nos comenta sobre el arte de ser gordo, en la primera parte de la Edición XXL.


Luke se atreve a decir:




Soy un tipo gordo, incluso cuando era flaco, era un sendo gordo. Mis épocas de flaco fueron solo de los dos a los siete, tiempos en los cuales nada derrotaba a la bicicleta y el columpio, ejercicios muy simpáticamente disfrazados de diversión. Luego, de los diecisiete a los veintidós, momento hormonal en que la balanza estaba inclinada a favor de “sal a correr” “no te comas eso” “que bien me veo en estos corduroy azul royal”, probablemente porque en ese time frame uno piensa en chichaera, mamadas y puñetas casi la misma cantidad de veces al día que piensa en tetas, culos y chochas. Anyways, por experiencia propia se que los gordos son mejores personas que los flacos. Es una realidad, una ley natural, que se yo, a lo menos son gente con una sintonía más clara de la fisicalidad de las cosas. La gente gorda tiene que aprender a acomodarse en el mundo, como montarse y bajarse de carros y guaguas sin pegarle demasiado el culo en la cara a la gente. Cuando salimos a un sitio nos preocupa donde nos sentamos, mas que porque forma un chicho que devela aun mas la inflada condición del abdomen, por que le tenemos un infinito pánico a la legendaria caída de la silla, sea por falta de balance o por la tanto mas típica, partida de silla barata blanca de Pitusa. Los gordos tenemos que sobrevivir un mundo que está diseñado para que nos apriete y se nos vea el chicho de debajo de la barriga, es un mundo de butacas de avión con cinturones que escasamente alcanzan el lado del broche, inodoros pequeños, duchas donde uno apenas puede darse la vuelta, machinas de feria llenas de gente que ríe y disfruta y que uno mira de lejos. Ser gordo no es fácil. Uno va a Orlando de vacaciones y te toca en la quinta fila de la montaña rusa, en un asiento especial que designan como “big chested” y que tiene, humillantemente, dos cinturones para amarrarte al movimiento de aquella serpiente mecánica. Ser gordo significa saber que no entras nunca, ni se te ocurra pisar Bora Bora, ni tienda alguna de surfers, porque no hacen traje de baño para gordos, como diciendo, no vayas a la playa, la afeas, cocksuking Rusty y Oneal me maman la tranca. Los gordos tenemos un cálculo distinto del mundo, tenemos una idea física y sensorial de cómo se siente la gravedad, los flacos no, los flacos son mucho mas propensos a lastimarse haciendo saltos, wilis, dunkeos y otras cosas visualmente fabulosas, pero terriblemente peligrosas. La próxima vez que veas un gordo trátalo como tratarías a un veterano de guerra, escúchalo y si estás buena, tíratelo. Ponte a pensar, para todos esos flacos pendejos que te tiras eres un polvo más, olvidable. Para un gordo vas a ser un triunfo eterno que recordará con cariño y al detalle hasta que muera. Just sayin. Once you go fat, you never que se yo, just do it. Masa y momentum mami, masa y momentum.


Salí breve y fatídicamente con una compañera de clases que trabajaba en un café. Era flaca y corta, perspicaz y con un aire de Natalie Portman o mejor dicho de Natalie Portman cuando hace de Jane Jones haciendo de Alice Ayres en la película esta de Closer. La verdad estaba encantado con ella, era una nena hermosa, leída, refrescante y dirigida. Venía de una familia de artistas y activistas, lo cual le daba una cierta sensibilidad de izquierda que en aquellos tiempos me parecía fascinante. No sé como comenzó, pero cuando empezamos a salir, nuestros encuentros, a manera de justificación, siempre estaban rodeados de algún ritual de ingestión, almorzar juntos, tomar café en la librería, compartir mermelada de no sé qué en su casa por al tarde. Digo ritual de ingestión y no meramente comer, porque con ella no se meramente comía. La primera vez que me quedé a dormir con ella me despertó a desayuno servido, jamón que se había robado del trabajo, pancakes integrales y un syrup dulce y transparente de maíz que jamás había probado pero al que dije ser adepto por aquello de no interrumpir todo lo bonito aquello de despertar con ella y de encontrar platitos pequeños servidos a la mesa y tazas de té una frente a la otra, tapadas a manera de que el té se cocinara ligeramente sin quemarse. Todo lo hacía con delicadeza y me encantaba como derrochaba cuanto tiempo fuera necesario para sus cosas, como si el mundo no estuviese acabándose a cada momento. Admito que me era a veces desesperante pero a la vez intoxicante y con el tiempo me había vuelto adepto, si no adicto, a su hora del té, a sentarnos a veces solos, a veces en compañía, a tomar de aquellas tazas ninguna idéntica a la otra. No era nada sofisticado ni complejo aquello, era el cliché tendido y largo de todo lo chulo en la vida, sobre todo porque era un ritual para otras cosas, para pasear a veces, para quedarnos en su apartamento. El punto es que marcaba siempre un cambio de ritmo y un paso a lo próximo del día, como si sorber de aquellas tazas le pasara la página al día. Sin importar la hora, luego del té sentía como si me levantara de haber dormido toda la noche. Muchas veces luego de fregar y guardar todo el armazón del ritual aquel, entrábamos a su cuarto y cansados nos acostábamos en el rincón del matress que daba a la pared, alejados del borde como si fuéramos a caernos en algún terrible precipicio de algunas pocas pulgadas de altura, quien sabe. Dormíamos y nos abrazábamos y ella se dormía, y en la oscuridad del cuarto me quedaba viéndola dormir, interrumpido solamente por el pasar de los autos por la avenida cuyas luces proyectaban sombras al atravesar las ventanas, dibujando franjas que se alargaban hasta desaparecer de nuevo. Dije breve y fatídicamente porque todo esto fue una rutina corta, algunos seis meses de rabo a cabo, que no sé por qué razón al recordarlos se recrean como años. Cuando terminó fue de repente, volcánico todo aquello y me quedé con casi nada de ella, una sombrilla que regalé sin querer a un compañero de trabajo obviando que fue de ella, un libro de portada verde neón que jamás he leído, algunas camisas que su mamá había dejado en el carro en una bolsa de supermercado algunos días antes para ella y una taza plástica, vacía, que por algún tiempo tuvo la apariencia de un residuo azucarado en el fondo y que no se como llegó al asiento de atrás. No ha pasado tanto, algunos años, ni cinco aun y a veces me sorprende que apenas tengo un recuerdo visual de cómo era, o sea, la podría reconocer en retratos y si la viera, pero no recuerdo de cómo se sentía, en la boca o en las manos, no tengo recuerdo alguno de a que sabe, o cómo olía, de cómo se escuchaba el timbre de su voz y me es, no triste sino desconcertante, absolutamente incomprensible. No que me parezca raro el olvido sino por que me pensaría capaz de retener, como de otras personas menos significantes, un registro sensorial de su persona en la mía. En casa, de pequeño insistían en repetir que la comida no se traga, que se mastica bien, que se saborea y nunca supe hacer caso, tal vez fue eso y por eso el archivo parece vacío y no hay nada ahí mas que el conocimiento de que pasó y poco a poco, no se como, pero a veces voy olvidando que estuvo y pocas cosas me la recuerdan, si algo el té, el hilo de las bolsas cuando descansa sobre el borde como un péndulo cansado, mientras contemplo la taza frente a mi y adentro de ella, debajo de un platillo que de momento le sirve de tapa, ese calor que apenas exhala, que lento y tenue mezcla las hierbas con el agua.


Sou, a mi amigo Héctor lo operan de apendicitis. Luego de eso la mamá le urge a que visite un nutricionista, que él no se cuida y eso. La verdad era un barraco, pero mas que gordo era un cochino. Sus proezas en el demasiado comer eran conocidas por todo el Viejo San Juan. El terror de los bufets. Se dice, no se si es verdad, que una vez se comió tres combinaciones de los chinos de una sentá. Yo no se, se me hace difícil creerlo, aunque si una vez presencié como se tragó, porque no se le puede llamar comer, siete junior bacon de Wendy’s, papas grandes, refresco Biggie y un frosty. Si, siete. Era un apetito legendario, respetado y que nadie se tomaba a la ligera. En muchísimas fiestas y cumpleaños no lo invitaban para darle oportunidad al mundo de que probaran bocado. La cosa es que el nutricionista, uno que estaba en la Ponce de León cerca de Rubero Brothers en Puerta de Tierra y que algunos años atrás fue arrestado por un esquema de fraude a la tarjeta de salud pública, le dio una hoja con una dieta a seguir, de esas que incluyen cosas que ningún ser humano come en realidad como prunes, coliflor y quimbombó. El gordo no estaba contento, me lo dijo “Chimi…” pausó y respiro hondo “…estoy bien encabronau con la dieta esta.” Pero como todo buen lechón el Héctor encontró un loop hole en la dieta, una de esas cosas no muy bien estipuladas y que quedan a la interpretación de quien la lee, así como la Biblia y la Constitución. “Almuerzo: un emparedado de seis pulgadas en pan integral, que no tenga mayonesa, mantequilla o queso” podía sin embargo tener vegetales y carnes bajas en grasa, filete de res, pechuga, leía el ejemplo. El gordo le habrán destellado los ojos con la luz del descubrimiento y su estómago habrá gruñido con un ligero retortijón que se tradujo en “eureka.” La cosa fue que un sábado, medio día en puro apogeo, sol picante, estamos el corillo en la sombra que hacía el edificio de la escuela Lincoln, con bultos llenos de bates, guantes, bases, galones de agua, en fin, listos a una de esas tantas tardes de béisbol que nos salvaron del ocio que viene incluido con el adolecer, todos esperando por Héctor para irnos en guagua a Miramar a jugar pelota. Entra a escena el gordísimo, papel aluminio a dos manos, mordisqueando en la lejanía algún indescifrable manjar. Finalmente llega a donde estamos. Miro, me asomo a aquella barbarie y veo que se trata de un sándwich, dígase emparedado si se le puede llamar así a tal cosa. Abominación sería un mejor nombre, de él desprendían pocas cosas descifrables, si algo reconocible granos de arroz. ¿Granos de arroz? Si, granos de arroz. Aquel pequeño gruñido, eureka estomacal, había develado la solución a todos sus males, el gordo sonreía y masticaba. Helo aquí, el monstruo en detalle: bistec encebollado, arroz y habichuelas, tostones picaditos y rajitas de aguacate, todo, en el envase conveniente de un sándwich. Increible pero cierto, el barraco de Héctor había triunfado. Lo que le costó miles de hombres en Normandía y posterior estrategia a los ejercitos aliados palidecía en grandeza ante aquella mixta de obrero on the go. Lo insultamos y tratamos de disuadirlo, pero el gordo había preparado sus defensas, tenía la oratoria mas cabrona del mundo, estaba blindau hasta los dientes con argumentos y datos nutricionales y cada vez que le tirabamos algo nos tiraba con “el bistec es bajo en grasa” “la habichuela es proteina” “el aguacate esta lleno de vitaminas”. Que gordo, que fukin gordo, un terror incluso para gordos como yo. Ahora aquí cual bardo canto de sus aventuras, porque nunca habrá otro como él, en el Viejo San Juan, ni en ningún lado, porque esa hambre no se cría, se nace con ella, hay que tener revestido en acero el estomago, lleno de amor por la comida y repleto en ansias de mordisquear al corazón.


Por un periodo de mas de nueve años no comí pizza, la detestaba, de tan solo mirarla me provocaba el asco mas terrible. Pero aquel asco no emanaba de la pizza misma, de la tan popular y alegre confección aquella, para nada, la realidad era que me había asqueado, como con tantas otras cosas, de tanto amarla. Era el año 1999, el mundo estaba a punto de acabarse, las computadoras se suponía atacaran al sonar de la medianoche y las Spice Girls y Britney llenaban el televisor con su fogosa juventud technicolor. Tendría yo unos dieciséis y trabajaba por primera vez, había conseguido tres días a la semana de dishwasher en un restaurante de la Calle San Sebastián. Jugosos cinco quince la hora, que aun asi eran algunos ciento veinte a ciento cuarenta dólares que le metía al bolsillo a la semana. Dinero con el que compraba cómics de Neil Gaiman, películas de animé y de Godzilla en Suncoast y pues, me daba la ocasional jartera, con j. Sucedió que un día, no recuerdo por qué, solo que pasó, estaba en casa solo por el fin de semana y decidí llamar a Domino’s. Llame con hambre, error, es como salir con una jeva que te gusta mucho sin masturbarse antes (véase There’s something about Mary). Pregunté las ofertas, no se que me habrán dicho que pedí dos pizzas grandes con mil ingredientes, una orden de alitas, una orden de palitroques de canela y un padrino de Coca. Ujum, pa mi solito. Algún rato después, demasiado para mi allí estaba el tipo en la motora estartalá aquella que le daba servicio de entregas a Miramar, Santurce y Viejo San Juan. Le di el dinero y para ranquiarme le dejé el cambio. Corrí al apartamento como si hubiese visto venir un fukin tsunami detrás de mi. No llegué ni al cuarto. Tire las cajas en el piso de la sala, prendí la tele y comencé a monchar pero con desespero de muerte, como si estuviera alguien tomándome el tiempo, cronómetro en una mano y una desert eagle como la de Bullet Tooth Tony en la otra, apuntándome a la cabeza, diciéndome con un pesado acento inglés “hurry up fatso” y yo haciendo sándwiches de pizza, como la pizza rellena de Sbarro pero metiendo un palitroque entre dos pizzas. Rapidez y estrategia a lo Kobayashi. Diez minutos a lo mas y todo aquel manjar había desaparecido. Curiosamente no badtripié por los diez huesitos de alitas, ni por las cajas vacias de pizza y palitroques, sino por que al mirar el padrino, estaba a mitad y pensé “¿de veras me tome toda esa soda? Holy shit!” Asi que me acosté en el sofá, por que por alguna razón uno piensa que acostarse luego de una jartera es como tomar Pepto Bismol y me quité el pantalón y me puse unos boxers porque no podía con la panza. Halé el teléfono (era de cable) y lo puse a mi lado, marque el número de mi amiga Beth a ver que hacía. No recuerdo de que hablábamos, pero de momento le dije: “¿te puedo llamar ya mismo?” y enganché sin permitirle que me diera respuesta.  Son como ocho pies de la sala al baño y no hubo break. Me cagué. Me senté y desaté lo que quedaba de aquel monstruo que ya había dejado huellas en los últimos tres pies, mis boxers, medias, en fin. Me sentía mejor, por ahora. Luego de la purruchá salí, limpié todo, pero algo estaba mal. Me sentía acalorado, sentía que la garganta se me dibujaba en el pecho, que si alguien me miraba de frente la vería y que mas abajo se daría cuenta de que algo hervía. Entré de nuevo a la casa y busqué en el botiquín. Me tomé unas aspirinas, porque todo lo curan las aspirinas y me acosté a dormir. Antes de seguir, quiero dejarles saber que no es recomendable tomar aspirinas cuando sientes dolor estomacal por que blablablá y un montón de pendejases super peligrosas, no lo hagan, en serio. La cosa fue que toda la noche no pude dormir, un dolor cabrón me hacía rodar por la cama, como si fuese a explotar. No vomité, pero me tiraba unos peos y erutos desastrosos, como si hubiese muerto un troll en mi barriga. El dolor se puso agonizante, pero tuve que pasarlo en casa, solo, dos días que todo me apestaba, incluso yo y que no quería ni ver comida, abrir la nevera por agua me costaba, fue horrible. No es hasta ahora que puedo admitir que la culpa no fue de la pizza, la culpa no fue tampoco mía, ni del hambre, en una buen indigestión no hay que buscar culpables, nada se gana con esa actitud. Aunque en aquel entonces no lo sabía y por demasiado tiempo me mantuve lejos de la pizza. Demasiado tiempo en verdad, y si, hoy pizza vuelvo a ti cada semana, con moderación, es por que se que rara vez se dan las segundas oportunidades y si te tengo en mi vida quiero que sea para cuando se pueda, por que tu y yo juntos funcionamos, la pasamos bien, vemos películas juntos, pasamos días de lluvia acurrucaditos en la sala palpándonos frente a la cambiante luz que despide el televisor.  Y sin ti no soy el mismo y no tengo miedo a decirlo, con todo lo grasa y pesada que a veces eres, te amo beibe.


Algo que me lleva incomodando hace mucho tiempo. Refiéranse, si le es posible, a la película animada del la Bella y la Bestia. Si son tan gentiles fíjense de las siguientes cosas: todo en la casa tiene vida ya que la maldición de la “enchantress” sobre el príncipe convirtió a cada sirviente y persona en el castillo en un utensilio, sofá, perro ottoman, candelabro bellaco y francés (ya antes exprese en esta página mi indómito e inquebrantable odio por la mayoría de cosas francesas o asociadas a). Detengámonos sobre esto y consideremos dos cosas a su vez, si todo mueble en la casa antes era un humano, ¿estaba el castillo sin amueblar antes del conjuro? Y si en efecto cada cuchara, taza y plumero sirvienta bellaca francesa es un individuo, solo por la escena de “be our guest” tendríamos que estimar en algunos miles los sirvientes que vivían en el castillo con el príncipe, y mas allá, seamos honestos, en un momento tan crítico en la economía global, aquí nadie se chupa el deo. El castillo no es tan grande y aunque majestuoso enough, no creo que tengan el dinero para pagar cientos de miles de sirvientes, lo cual me lleva a sospechar lo peor: la mayoría de esos utensilios, muebles y demás objetos eran antes del conjuro esclavos, victimas de la trata negrera de barcos como el Amistad o en un caso de mas actualidad, latinos introducidos para trabajar los trabajos que nadie quiere y pagarles una mierda y hasta incluso pudiera ser que algunas de esas cucharas, vasos y mesitas sean producto de la trata de blancas que se presenta en la película Taken, estelarizada por Lyam Neeson, quien ejecuta con maestría la única voz y rostro de preocupación que repite en cada película y que le ha sitiado en el tope del box-office hollywoodense. El punto es que son esclavos, de esta “bestia” malhumorada que tiene una casa enorme llena de todo pero que esta preocupada por quedarse “fea” toda la vida. Si me preguntan, no que lo estén haciendo, la Bestia es un fukin cabrón negrero, el tipo de huelebicho que corre bancos internacionales y que juega con el dinero de la gente de manera inescrupulosa y que nunca se cansa de tener mas y mas y que causa un crical global que desemboca en problemas reales y tangibles para los que están bajo él sin importarle un carajo ni que le perturbe el sueño y yo no se ustedes, pero estoy harto de no tener un trabajo que me de para vivir, de haber estudiado y hecho todo lo que se suponía que hiciese y estar mendigando un salario que no me da para pagar todas las deudas. Fuck that. #OccupyWallStreet y cuando acabemos #OccupyElCastilloDeLaBestia. ¡Que digo no, no, no nos pararán! Riquitillos mamabichos.


Yo vivo enamorado de Adele. Mi bella y gorda Adele. Cabrona mas sexy no puede haber, fukin soulful esa mujer. Canta y parece que el mundo se va a caer en cantos. No se mueve mucho, a veces opta por estar sentada y to como que “I don’t give a shit” este bicho va a estar ella booty shake a to lo que da como Beyonce. She’s above that skanky shit. Fukin cabrona es bella, a veces me aterroriza que rebaje y siempre que la veo mas flaca digo “puñeta  te apuesto que no se está alimentando bien.” Cabrones de publicidad y marketing jodiendola. Fuera mi jeva la llamaba “Baby te hice lasagna y pan con ajo, no mi amor, no es integral y lo tosté con mucha mantequillita como te gusta, si mi amor si, también te hice tiramisú, no no ha llegado nada del correo, ok mi cielo, estaré pendiente, ok, ok, mua, bye, si yo pasié el perro horita, bye mi bella bye, ah mira estas ahí, llamaron de Game Stop que tenias un juego reservado, si que lo puedes buscar, dale mami chula, bye, bye baby” y saldría corriendo pa Baskin’s y compraba Praline aunque me gusta mas World Class, por que se que ese le gusta mas a mi gorda bella. Y vuelvo pa casa y pongo luces tenues y forro el sofá en wraping paper transparente pa que no se manche y me esnuo encima de aquel maso de plástico chillón y la llamo “Babester, ¿estas cerca ya? Doblando en la esquina, a pues si mi amor, nada para saber, ok, si si, ok, aja, yo lo bote por que se veia feito, jajaja, si si, dale bye” y saco el mantecado y el Hershey’s syrup y me embarro en esa pendejá y justo ahí escucho el carro y las pisadas firmes de ella sobre el suelo y entonces gira la perilla y no es ella, es la mamá de ella que vino a visitarnos y ahí estoy yo, gordo como una ballena y esnú, embarrau en helado y ella se rie y yo super abochornau. Algo asi. No se. O mejor eso mismo sin la mai y cuando entra se arranca la ropa y we get rolling in the deep fried sugary ósomnes of our fat fat love.  

0 comments:

Post a Comment